Ricardo Naise - De la sombra y el anhelo - Pierre Clementi o la restitución angélica
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Texto escrito para la exposición de Pierre Clementi en la sala de exposociones del
Teatro Sierra de Aracena. 2007.

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PIERRE CLEMENTI
o la restitución angélica

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El encuentro virtual, comunicación con lo invisible, que mantuve con Pierre Clementi en mi libro, El Jardín de los milagros, y en la serie de obras plásticas que realicé fueron posibles, en principio, gracias a la ausencia, la imponderable circunstancia de no habernos podido encontrar y, por encima de todo, a la infranqueable distancia que suponía no estar ya aquí, presente entre nosotros, sino al otro lado de la vida, sumido al fin en la muerte insondable.
El espejo trasformó mi vida, nos dice con voz melancólica en uno de sus film. Este jardín, que cuidé tiernamente con sumo cuidado, transformó momentáneamente mi vida en milagro inefable, en el preciso instante que en los milagros inefables dejé de creer… Y ante mí se abrieron de repente senderos recónditos, veredas diáfanas, se despejó un canal cuyas ondas transportaban, frescas y precisas, noticias de su ser, estampado en su antiguo rostro como un alter ego soberano, que un reflejo de mi ser profundo me devolvió.

Reunido consigo, se tornó invisible, restituido, el ángel caído voló al hogar, a ese lugar, que de Pierre, en él, no podríamos saber nada. Pero no es de él que queremos hablar, ni de la calamitosa caída en las márgenes de este oscuro mundo, sino de la loable restitución angélica a la que regresó sin más.
Los ojos no pueden ver, pero el alma anhela, o acaso un ojo interno me permite contemplarlo en serenidad translúcida. Mundos hay, tantos mundos, que el ojo prosaico no llega a ver. No los puede ver, pero sus efluvios navegan en el éter diligente que transita, mediador impenitente entre este mundo y aquél, vigía insomne entre espíritu y materia, conciliador de reinos, perseverante aliado de la vida terrena y su doble celestial.

Se integró el ángel en el éter intangible y, al respirarlo, traía entre sus átomos un reflejo de su ser. Lo que no somos o no podemos ser en condición humana ordinaria, me fue entregado como contraseña tácita sin resistencia alguna, y permitió, con su clarividente aliento, que me adentrara por la senda anhelada, que en un instante reconocí. Y allí, reencontrada la palabra dada, se solazó serena, el color, más liviano, se tornó sutil, pintura y escritura, milagrosamente, se transformaron en posibles médiums, que con sus instrumentos habituales me permitieron, sin reserva alguna, dialogar con él. Un él que se hallaba más allá de Pierre Clementi y su persona. Un él que, siendo mucho más que tú y yo, lo sobrevolaba a él, a ti y a mí.
¿Lo invoqué yo con mi canto o fue él quien, acortando distancias, estrechó la alianza? Trazó una línea blanca, con su blanca mano, en el éter prístino, y yo fui transcribiendo –etéreo encefalograma– la armoniosa sinfonía que al oído me dictó.

A menudo, Swedemborg y Sohravardi lo acompañaban. De Serafitus escuchaba, asiduamente, su amena plática. Desde allí, redoblados los sones todos de las cohortes celestiales, me tendió en clave cifrada un postrero acuerdo que, con voz templada, permitió que pronunciara la redención del ser que fue aquí en la Tierra, y por extensión análoga pronunciar, también, la redención anticipada de mi propio ser.
¿Locura? Tal vez cansancio de ver pasar, impasible, el tiempo perentorio, comprobando cómo a nuestras espaldas las cenizas devoran un fuego extinto y otro también. Cansancio de durar, y las imperturbables ansias que irrumpen en ese laxo tedio, con el deseo anhelante de franquear barreras, derribar diques, sobrevolar las ocultas fronteras que conducen al más allá, permaneciendo, en tanto no sea visible, con los ojos cerrados porque, fuera, nada hay ya que mirar, o lo que vislumbramos no está, por el momento, al alcance de nuestras aspiraciones.

Respirar lentamente desde el hara con los ojos cerrados.
Con los ojos cerrados respirar, mientras él, en profundo silencio, rasga el velo, con sus tenues manos blancas y su fe cristalina.