Ricardo Naise - De la sombra y el anhelo - Suites
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Texto escrito para la exposición Suites, realizada la primavera del 2006 en la Hacienda Santísima Trinidad de Salteras, cuyo Ayuntamiento patrocinó.



SUITES

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La literatura y el cine han sido fuentes constantes de inspiración en la obra plástica que realicé a partir de 1973, año en el que la pintura y el dibujo se convirtieron en medios de expresión ineludibles para dialogar conmigo mismo y el mundo alrededor.
Tanto o más que pintar (actividad que siempre desarrollé paralela a la escritura), o recurrir al legado depositado por los pintores, la palabra y la imagen cinematográfica fueron vehículos que se me revelaron con sus luces y sus sombras y que, sin una cámara a mano a la que recurrir, el color y la línea vinieron a ofrecerme sus recursos, más asequibles e inmediatos a la hora de precisar un sueño o dar cuenta de un acontecer singular.

Poetas y cineastas como Nerval, Baudelaire, Hölderlin y Pasolini, Fassbinder o Cernuda son, con filósofos como María Zambrano, Nietzsche o Bataille, autores que dejaron en mi modo de ver la vida y el arte una huella profunda, al igual que Ramón Gaya, a cuya obra plástica y literaria me aproximé, en los últimos años, con inmenso placer y entusiasmo.
Mi homenaje a Pierre Clementi, en diciembre de 2004, con la edición de El Jardín de los milagros y la exposición que lo acompañó, es origen a su vez de la determinación que motivó en su momento mi inclinación por las artes plásticas, pues ese actor francés, icono cinematográfico de la contracultura, desencadenó el flujo de un río subterráneo que ya bullía en mi interior, pero que él desenmascaró, haciendo que me adentrara por los vericuetos del arte del dibujo y la pintura.
Él, encarnación corpórea de la poesía, fue el demiurgo propiciador.
María Antonia Blesa, la amiga poeta, reveladora de la palabra, la maga propiciadora.

Hacer de la vida y el arte un mismo acontecer, no coartar el incesante fluir de la vida con la obra realizada, la profesionalidad (hoy, el arte y la técnica se alejaron de la vida auténtica, son puros sofismas que la atiborran de mercancías, sin fondo alguno que dilucidar). Constatar las vinculaciones entre vida y arte a lo largo de la historia (Pierre Clementi fue en ello un creador ejemplar), las desavenencias, las coartadas, los endiosamientos, el brillo incisivo, rutilante y fugaz.
Recorrer esos vericuetos como el que recorre los callejones en los cuerpos extendidos de Sevilla o Venecia, matronas ambas de mi nacimiento pictórico, testigos, una y otra, de mi devenir vital, relacionadas ambas con el elemento acuoso donde la pintura encarna, como en el aire encarna el verso, la escultura en la tierra, la música en la llama viva.
Agua, aire y fuego que siguieron acompañándome en los años que viví en Barcelona, donde aquellas revelaciones insinuaron un perfil, tomaron cuerpo, prolongándose en obras concretas y ojos que las contemplaban en una sala o galería copiosa…, lo hacían… !qué bien para un joven pintor!, aunque la brecha que se abría entre vida y arte, civilización y naturaleza, se abriera sin tregua, cada día un poco más, sin señal que auspiciara, con su indecisa luz, el reencuentro postrero.
Los trabajos que realicé con Jordi Vallès a lo largo de una década dan prueba de ese duelo. Cómplices de un drama (1982), Atzar (1984), En el laberint d'Horta (1986), L’ironie de l’histoire (1989) y, ya en 1991, con la ausencia del amigo, Ídolos, Hipogeos, son trabajos plástico-literarios donde el drama se hace patente, el deseo se vuelve persistente y fugaz, la imagen es un subterfugio o talismán candente, y la naturaleza un canto ensimismado que se entona en voz baja.

Fue Brasil el que propició, con su naturaleza y su música, la liberación esperada. Ecos de Río Branco (1993) y Los hijos del Sol (1995) son dos libros para leerlos en voz alta, a ser posible acompañada de un adecuado fondo musical. Están escritos con un ritmo preciso y acompasado, que fue trascrito al lenguaje plástico en una pintura más carnosa y compacta.
El aborigen presentido y la vida simple de la población acrense me reconciliaron con la tierra-madre-esposa, me sentí de nuevo flotando en su matriz. No, ciertamente, como lo hacía en la placenta, un tanto nebulosa, de Sevilla o Venecia. Su oscilación era mucho más aventurada, más vigoroso su impulso, más intensa la vida jubilosa, sin principio ni fin.

Volvía a nacer.
El color se hizo más puro, el pincel, la incisión y la espátula se deslizaban por la superficie lisa sin antagonismos que los coaccionaran, sin corazas ni trincheras que coartaran su fluir. Fue algo así como una bendición, que tuvo su efecto al volver de nuevo a Sevilla, donde inicié mi periplo en la enseñanza de la pintura y donde el arte y sus quimeras, la vida y la subsistencia ataron sus cabos dispersos para que aprendiera a volar, esta vez, de modo más concreto y terreno, compartiendo con mis semejantes la aventura iniciada 20 años atrás.

En la Sierra de Huelva, cuyos bosques y aldeas a menudo frecuento, continúa haciéndose presente aquella reconciliación que en Brasil sentí y, así, Las noches y los días, último poemario concebido, me la devuelve intacta en estos otros parajes, más queridos y próximos a mi devenir actual.

Esta exposición, que el Ayuntamiento de Salteras me brinda, me llena de satisfacción, satisfacción que quisiera compartir con los alumnas y alumnos del taller municipal de pintura, que desde hace varios años imparto en la localidad, contemplar con todos ellos y sus paisanos los fragmentos sincopados de una inacabada película, los fotogramas dispersos de un proceloso film, de un diálogo plástico-filosófico con la literatura y el cine, la pintura y la música y, por encima de todo, con la poesía que nutre la vida real.