Ricardo Naise - De la sombra y el anhelo - Idolos, hipogeos
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IDOLOS, HIPOGEOS

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A la memoria de Jordi Vallès. Se presentó el 20 de diciembre de 1991 en Vía Libre, Sevilla, en un recital acompañado por música de Franco Battiato, Alessandro Marcello, Samuel Barber y Henry Purcell.

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¿Recuerdas?
En un tiempo no demasiado lejano, aun si el vértigo de los días interpone una distancia de milenios.

La modernidad, como sabes, nació con el Renacimiento. Ha sido este siglo el que acabó por confundirlo todo y nos hizo ver que existía un divorcio de fondo entre el arte clásico del Renacimiento y las vanguardias. La ceguera nos impide ver que es un mismo hilo ininterrumpido el que va de los brillantes orígenes del Humanismo, a la opacidad del momento actual.
Clausurada la búsqueda de la verdad, que enfebreció a las almas del Medioevo, surgió la búsqueda de la novedad, que extiende su fiebre somática hasta nuestros días. Con el Humanismo comienza esta búsqueda, que alcanza su cenit en el siglo XVIII, y comienza a descender y disgregarse en nuestro siglo, con todos los movimientos de vanguardia. Se trata de aportar una visión personalista del devenir histórico, indagando en sus resortes, sin salir de la esfera del mundo contingente. Es el juego de las vanidades disfrazado de verdad. Comienza la caza de las formas efímeras.
Basta con capturar una visión determinada de la cambiante naturaleza, de la multiforme realidad sensorial, apresándola en nuestra retina, para más tarde prolongarla en un lienzo, en cuyo ángulo inferior se inscribe una rúbrica. Es suficiente con quedar subyugados a la belleza que se escapa escurridiza entre las manos, cediendo a su estupor.
Unas veces será la razón la que detente el poder, otras cederá el cetro a la pasión y, así, entre dolor y gozo, cinismo e indiferencia, vemos cómo pasan las hojas del libro del arte occidental y, en su recorrido, comprendemos el papel que le ha tocado jugar en el concierto cósmico. A pesar de su vanidad, no precisamente el más profundo y sincero.

El hábito de escrutar los siglos pasados marcó en mí el deseo de remontarme a las fuentes. A una cultura o civilización que se vanagloria de su movimiento frenético, de sus locas fluctuaciones, le cuesta reconocer que alguien aspire a un único e inamovible punto de luz en el que quede prendida la mirada, para tratar de amortiguar su perpetua oscilación.
Contemplando ese punto descubrí la verdadera Tradición, que no es la que nos ha enseñado, y comprendí la dificultad de encontrar un lugar en este loco mundo, pues el caudal de la corriente iba hacia el mar, y yo me dirigía al manantial del que nace esa corriente.
La confluencia del agua dulce y salada está próxima, y antes de que todas las formas –abstractas, academicistas, matéricas, minimalistas, postmodernas, conceptualistas…– retornen al hogar, antes de que acontezca la gran Restitución, de que el Alfa y el Omega se alíen, quiero permitirme un último vuelo por las imágenes del pasado y posar mi mirada en ellas, colmándolas de piedad, para impregnar mis pupilas con el fulgor de su belleza reanimada, y ofrecértelas, transformadas, con todo el amor que nos inspira este mundo.

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